KNOCK KNOCK KNOCK!!!

Adelante... pasa... como si estuvieras en tu casa...

23.1.08

No es necesario un laberinto para perderse

Es reconfortante convertir un trayecto de unos 25 minutos en uno de 80, más aún cuando el viento acaricia tu cuerpo (y te ladea constantemente desplazando tu moto de lado a lado del carril mientras intentas no caer ante la posibilidad de que una vez en el suelo te arrollen los tres o cuatro coches que van detrás de ti), más aún cuando la velocidad roza tu piel (y te jodes de frío porque tienes guantes cortos en lugar de largos, el aire gélido te entra por las mangas y la mayoría de tíos de tu entorno de trabajo te hacen la bromita de ‘¿Qué? Estás contenta de verme, ¿no?’), y más aún cuando el tiempo parece no tener importancia (excepto porque ya deberías estar en un determinado lugar y como no sea por teletransporte molecular, pintan bastos).

Es bien cierto aquello de más vale loco conocido que sabio por conocer. Entendamos por loco el trayecto de siempre. Entendamos por sabio el trayecto que te sugieren y que o bien no has tomado nunca o bien tan pocas veces que a penas recuerdas.

-No, hay un camino más directo que el que tú dices. Mira, en lugar de girar a la derecha para tomar la autopista, sigues recto. En la rotonda, tomas la salida que hay al lado de la salida esa que gira un poco a la izquierda, que esa no es, no te confundas, es la que está al lado, cerca de la comisaría.

Y yo pensando: me veo desabrochándome el botón de la camisa para que me digan qué mierda de salida hay que coger.

-
Es fácil. Bueno, claro, es fácil cuando ya sabes el camino. Si no ves por el camino de siempre, da igual.

Ya la jodimos. Ya me has tocado el orgullo. Por una estúpida rotonda asquerosa me voy a rajar yo.

Tengo tiempo de sobras. El mundo es de los atrevidos. A por ellos, que son pocos y cobardes.

Como una voz en off, las indicaciones que me habían dado hacía un rato retumbaban en mi cabeza.

…En la rotonda, tomas la salida que hay al lado de la salida esa que gira un poco a la izquierda, que esa no es, no te confundas, es la que está al lado, cerca de la comisaríaaaaaa… (casi me parece estar oyendo ahora ese eco de las voces en off tan característico).

¿Qué salida he tomado?
…al lado de la salida esa que gira un poco a la izquierda, que esa no es, no te confundas…
Justamente ésa. La de ‘no te confundas’. La que estaba al lado, era en contradirección, y oye, yo llevo una moto, no un tanque.

Ese camino me ha llevado hasta un Hospital Universitario colgado en la montaña. Carretera y manta. Dale que te pego. Curva aquí, curva allá, jódete, jódeteeeeeeee (me parecía oír en mi cerebro al son de Mecano).

Cuando he podido, he dado la vuelta y he desandado el camino. Entonces la banda sonora era una mezcla entre la versión de Mecano pero cantada al revés (muy Exorcista, sí) y la de caminante no hay camino, se hace camino en scooter (una versión también, obviamente).

En esa tesitura, he acabado en la misma autopista de siempre, tomándola por el mismo camino de siempre. Justo allí, debía tomar otra decisión. La pastilla azul y tomar la vía rápida de siempre, o la pastilla roja y meterme en la madriguera de conejos a ver si en la otra vía rápida encuentro la jodida señal que me recuerda por dónde salí esa vez que la tomé e hice un camino correcto.

Como dije antes, el mundo es de los atrevidos. Pastilla roja.

Más viento (estoy por ponerme un par de sacos de arena que aumenten mi peso, porque cualquier día de estos echo a volar), más coches, camiones, motos, túneles, bla bla bla.

¡La salida! Es la zona. Bueno, también va a dar a la autopista dirección Tarragona-Lleida, que está como a tomar por culo de dónde tengo que ir.

Intermitente. Aún no. Es más adelante. Es más adelante. ¡Mierda! ¡Es aquí! Salgo y conforme voy tomando la curva me digo ‘era más adelante… un pelo de culo más adelante, pero ese pelo es la diferencia entre Tarragona y Barcelona… lo que da de sí un pelo de culo’.

Tira millas hasta que encuentres la próxima salida y hagas un cambio de sentido.

Aunque, eureka!, bien pensado, si aprovecho el viento que hace y levanto un poco los brazos sin soltar el manillar, a lo peor el aire en fricción con las sobaqueras me eleva y puedo cruzar la mediana al vuelo… Lo chungo es aterrizar. Mejor no. Siguiente salida, cambio de sentido.

Me encamino de una puta vez hacia dónde quería ir después de dar más vueltas que un garbanzo en la boca de un viejo.

Estando a poca distancia de entrar en la ciudad, por el carril de mi izquierda aparece un descapotable (capotado, que es invierno). Es igualito que el coche de SAM. ¿Será SAM? Bah, no creo. Agacho un poco la cabeza. Es SAM. Claxon. SAM mira. Suelto una mano del manillar. Saludo. Siempre me olvido que mi cara está tapada por un casco negro integral y unas gafas de sol oscurísimas. SAM mira. Sigo pitando el claxon, saludo de nuevo y hago gesto de ‘me parto la caja’. Yo iba gritando dentro del casco ‘SOY YOOOOOOOOOOO!! JAJAJAJJAJAJAJA!! HAY QUE JODERSE! SOY YOOOOOOOOOO!!’.

SAM trabaja lejos de dónde trabajo yo. No suele venir a mi ciudad a menudo. Si viene, toma la autopista en la que le he encontrado. Yo NUNCA tomo esa autopista en días laborables porque está a en la otra punta de donde yo trabajo.

Al final, a la entrada de la ciudad, paramos en un semáforo. Levanto visera, bajo gafas y consiguiente partida de caja mutua. Quedamos en llamarnos y tal vez tomar un café si hay tiempo.

Jodido destino. Jodida casualidad. Jodido laberinto. Jodida pastilla roja.

Toma el camino de siempre, Pequeño Saltamontes.
Toma la pastilla azul y despiértate en tu cama, Neo.

O toma el camino desconocido, la pastilla roja y dos kilos de paciencia y tal vez puedas volar propulsado por el aire en fricción con tus sobacos, y en el trayecto encontrarte con un amigo al que hace tiempo que no veías.

Lo que yo te diga… No es necesario un laberinto para perderse.

¿No crees?

10.1.08

Rufina Agorastegui y su revisión ginecológica anual

Rufina Agorastegui es una muchacha risueña de chisposos ojitos curiosos, sonrisa pícara y andares vigorosos.

Como a toda mocetona, un día le llegó el momento de realizar su primera visita ginecológica. Algo que toda mujer desea fervientemente cada año por el buen rato que pasa charlando del tiempo mientras alguien a quien no conoce de nada hurga en sus partes más íntimas con desprecio y sin siquiera un besito antes de empezar la faena.

Por pudor, buscó en un listado de médicos uno que fuera mujer como ella, y que además le quedara cerca de su domicilio.

Sabía que un doctor es igual de profesional que una doctora, pero se sentía algo incómoda pensando en abrirse de piernas ante un hombre con el que ni tan solo hubiera tenido una cita. Aunque claro, pensar en pedir hora para el ginecólogo y el primer día proponerle irse de copas para tener algo de confianza, se le antojaba ridículo, excepto si el doctor estaba de muy buen ver, en cuyo caso tal vez decidiera abrirse directamente de piernas con o sin familiaridad previa, evidentemente para la revisión ginecológica habitual, no para ningún otro menester.

Para no complicarse la existencia ni la visita médica, localizó a una ginecóloga en su mismo barrio. Llamó, pidió cita, y el día en cuestión se presentó en la consulta: sin roña detrás de las orejas y con las bragas limpias.

Mientras esperaba su turno, se dedicó a escudriñar la sala de espera. Había revistas del corazón, revistas del National Geographic, revistas de temas médicos… pero lo que a ella le interesaba era explorar el entorno. Dedujo que aquella doctora gustaba de viajar a países exóticos, montar a camello en el desierto, cortar lianas con un machete en plena selva tropical, probar gusanos y saltamontes asados, sufrir enfermedades transmitidas por mosquitos amazónicos y todas esas cosas propias de las personas aventureras. Una mujer de mundo en definitiva. Sentía curiosidad por qué cara tendría la doctora y con qué actitud la recibiría.

La recepcionista de la consulta asomó en la sala de espera:

- ¿Rufina Agorastegui?
- Sí, yo.
- Puede pasar.
- Gracias.

Entró en la consulta y ahí estaba la aventurera ginecóloga, sentada tras la mesa, preparando los papeles del historial médico para el interrogatorio del tercer grado.

Lejos de fijarse en su cara, en su pelo, en su vestimenta bajo la bata blanca, la mirada de Rufina fue directamente a sus manos. Más concretamente a sus dedos.

‘Tiene dedos de ranita’, pensó.

La doctora le iba preguntando si tenía antecedentes de esto o de lo otro en su familia, si había tenido abortos, si tenía alergias a medicamentos, etc.

‘Dedos de rana, definitivamente… Con esas bolitas por yemas’, siguió pensando absorta mientras imaginaba una rana verde pistacho de piel brillante vestida con bata blanca y asistiéndola delante del potro mientras buscaba una mosca que le sirviera de merienda. ‘Espero que no tenga mini-ventosas en las yemas… sería fatídico’, se dijo a sí misma.

De pronto, pensó que debía huir de aquel lugar y dejar a la ginecóloga con la palabra en la boca. Rufina se dio cuenta de que el momento para que le dijera ‘puede desnudarse de cintura para abajo’ estaba cada vez más cercano. Se tumbaría en la camilla recubierta de papel blanco altamente higienizado, apoyaría las piernas en el potro abiertas de par en par y la doctora procedería con sus dedos de rana a efectuar el examen. Pero Rufina no podía dejar de pensar en esas bolitas que tenía la ginecóloga por puntas de dedos. ‘Seguro que cuando acabe, pese a los guantes, sus deditos de rana harán ventosa y cuando los retire sonará como una botella de cava descorchándose’, idea que le aterraba por lo grotesca que era. Y le entró la risa. ‘Mi coño es una botella de champagne’. No podía parar de reír.

La doctora miraba atónita a Rufina, abierta de piernas sobre el potro, desnuda de cintura para abajo, vestida de cintura para arriba. La mascarilla no permitía ver la mueca de la ginecóloga, pero sus ojos la delataban: estaba más perdida que Britney Spears en una ordenación de curas, no entendía nada. Rufina, mientras tanto, esperaba el momento del descorche, porque si era algo que debía pasar indefectiblemente, al menos tomárselo con humor. Pensó en cambiarse el nombre y llamarse Cordón Negro Agorastegui, o tal vez Rondel Oro Agorastegui, o quizá Recaredo Agorastegui si quería parecer de más alta alcurnia. Moët Chandon Agorastegui le parecía demasiado pomposo.

El momento del descorche se acercaba. Rufina esperaba oír el ‘plop!’ de un momento a otro, y no podía contener la risa mientras una gota de sudor frío le recorría la sien.

La ginecóloga acabó la visita y no se oyó ningún ‘plop!’. Rufina se sentía entre aliviada y decepcionada. Se vistió, sin biombo alguno, recogió su bolso y se fue. Mientras estaba en el ascensor, pensó: ‘Casi preferiría quedarme en pelotas durante la visita… estar desnuda solo de cintura para abajo es muy humillante’.

Pasaron los años y las visitas con la Dra. Rana se sucedían sin incidencias, aunque Rufina siempre acababa imaginándola subida a un nenúfar y croando aventureramente ‘BUD-WEIS-ER!!’.

Un día, la Dra. Rana decidió dedicar su vida a los viajes en camello, a los saltamontes tostados, a los oasis desérticos, y acabó formando parte del harén de un magnate árabe, abandonando su profesión y dedicándose a complacer de forma sumisa las perversiones sexuales de su esposo y amo.

La pobre Rufina, que ya había logrado establecer una relación de confianza con la ginecóloga, tuvo que buscarse nuevo facultativo que la atendiera.

Decidió probar suerte con los ginecólogos de la Seguridad Social, y eligió a una doctora por el nombre, simplemente porque le sonaba bien. Pidió cita y el día en cuestión acudió como todas las otras veces: sin roña detrás de las orejas y con las bragas limpias.

Rufina estaba en la sala de espera, pasando el tiempo enfrascada en la lectura de un libro y mascando discretamente un chicle con sabor a hierbabuena.

Salió la enfermera:

- ¿Rufina Agorastegui?
- Sí, soy yo.
- Pase.
- Gracias.

Entró. La sala era un tanto fría, toda ella de color blanco iPod inmaculado, con los vendajes ordenados por tamaños y los sueros fisiológicos según fecha de caducidad. De entrada, no pudo forjarse una idea de cómo era la doctora: ¿Sería una mujer de ir a misa? ¿Sería una depredadora sexual? ¿Sería la madre perfecta, esposa perfecta, hija perfecta, nuera perfecta, hermana perfecta, todo perfecta? ¿Sería una ex-progre pseudohippy? ¿Sería una mujer corriente y moliente?

‘Al menos no tiene dedos de ranita’, se consoló resoplando confortada.

Rufina se hacía todas estas preguntas mientras mascaba silenciosamente el chicle un par de veces, solo un par. Decidió guardarlo entre la segunda muela empezando por atrás y la mejilla.

La ginecóloga, tras un aséptico ‘buenas tardes’, se había pasado unos minutos rellenando papeles y preparando de nuevo el tercer grado, y todo ello sin mirar un instante a la paciente. Finalmente, levantó la vista del papel y miró a Rufina por encima de sus gafas.

- Tire el chicle en la papelera –dijo en un tono gélido.
- ¿Perdón? -preguntó Rufina.
- Por favor, tire el chicle en la papelera.

Rufina, sorprendida, se levantó, fue hasta la papelera de la esquina del consultorio y tiró el chicle.

‘Que yo sepa, no estaba mascando el chicle con el coño… Y que yo sepa, no me van a mirar las muelas… No entiendo nada’, pensó Rufina extrañada.

Se sentó de nuevo, esperando a que la doctora la castigara de cara a la pared con los brazos en cruz y con sendos tomos de la enciclopedia de los medicamentos sostenidos en cada mano no sin previamente haberle hecho escribir 500 veces ‘No mascaré chicle en la consulta, ni con la boca ni con el potorro’. Pero era la Seguridad Social, y no estaban para perder el tiempo en tonterías.

Se sucedió el tercer grado sin pena ni gloria y vino EL MOMENTO.

- Desnúdese de cintura para abajo y túmbese. La enfermera la ayudará.
- Gracias.

‘Sé tumbarme sola, cada noche lo hago al irme a dormir… pero bueno… cualquiera le replica’, pensó Rufina todavía preguntándose por qué debía tirar el chicle a la papelera para una revisión ginecológica.

Se desnudó de cintura para abajo. Dejó sus pantalones bien puestos encima del respaldo de una silla, y las bragas (limpísimas) escrupulosamente dobladas encima del asiento. Se tumbó sobre la camilla cubierta por un altamente higienizado papel blanco y se abrió de piernas sobre el potro. La enfermera colocó una tela verde sobre su vientre y se retiró.

La estampa era impagable: Rufina abierta de piernas como un pavo a medio rellenar; delante de ella, a su izquierda, la mesa y detrás la doctora escribiendo una aproximación al Quijote; delante de ella, a la derecha, una puerta que no sabía a dónde daba. Veía sus rodillas y las puntas de sus pies, que movía alegremente en un intento de entretenerse y no pensar en que tenía todo el potorro al aire sin siquiera un biombo de por medio.

De pronto, se abrió la puerta que Rufina no sabía a dónde daba. Rufina abrió los ojos, que parecían dos platos de Villeroy Boch, en un gesto de sorpresa. Detrás de la puerta apareció un hombre ataviado con una bata blanca. El hombre se dirigió a la Dra. Tirelchicle.

- Acaban de venir los del sindicato.
- ¿Y cómo está el tema? –contestó la ginecóloga.

‘El tema lo tengo al aire’, pensó Rufina, que no se creía que aquello le estuviera sucediendo a ella. Mientras, movía los dedos de los pies y los miraba fijamente procurando autohipnotizarse pensando en una playa de arena blanca y mar cristalina y calmada, en un vano intento de abstraerse del hecho de que un hombre con el que ya no solo no había ido a tomar una copa sino que ni tan solo había cruzado una palabra, estuviera viéndole la pepitilla en todo su esplendor y hablando del sindicato.

- Bueno, las enfermeras han decidido que blablablablabla… -seguía explicando el hombre con la bata blanca a modo de latest news.
- Ah, está bien, no es mala idea.

‘Será médico. Tiene que ser médico. Si un extraño me ve el chumino, tiene que ser médico. Me niego a que un sindicalista del comité de empresa me vea el potorro siendo un tipo tan feo y sin haberme invitado a una copa’, se repetía Rufina incesantemente.

El señor de la bata blanca y la Dra. Tirelchicle seguían hablando de temas sindicales. Rufina seguía moviendo los dedos de los pies concentrándose para mover el pequeño con la simple finalidad de dirigir su atención hacia otra cosa que no fuera pensar que el señor de la bata blanca tenía un primer plano estupendo de su entrepierna.

- ¡Disculpen! –les increpó Rufina en tono firme.

Ambos se volvieron y la miraron, con cara de extrañados.

- ¿Sí? –preguntó la Dra. Tirelchicle.

En ese momento, Rufina se arrepintió de haber abierto la boca además de las piernas, porque ahora sabía a ciencia cierta que ambos la estaban mirando esperando una explicación a la interrupción, explicación que ella debía dar abierta de piernas y sin bragas, moviendo los deditos de los pies para abstraerse de la situación y levantando la cabeza mientras forzaba sus abdominales para comprobar que la miraban a los ojos.

- Miren… Me alegro de que la doctora no tenga dedos de ranita, lo cual es todo un logro. He tirado el chicle a pesar de no estar mascándolo con el coño. Se me están durmiendo los pies, que esto del potro es de lo más incómodo que se ha inventado jamás. A usted –dijo señalando al señor de la bata blanca- le estoy enseñando algo que nunca enseño sin al menos una cena y una copa previas. Comprendan que esto es algo muy violento para mí… Deseo de todo corazón que las negociaciones sindicales fructifiquen, pero tengan en cuenta que estoy abierta de piernas enseñando el culo.

Se hizo un silencio solemne. Los dos la miraban fijamente. Rufina movía los deditos y ya había perdido de vista hacía rato la playa de arena blanca. Notaba las pulsaciones de su corazón irado en las sienes. Tomó aire decidida, subió un poco más la cabeza y dijo:

- No querría molestarles con mi interrupción, pero, ¿no tendrían algo para leer mientras acaban de discutir el tema? Gracias.

8.1.08

La jodida letra F y otras memeces que me joden

La letra F, siempre que conecto algo nuevo en una de las entradas de USB y que previamente no esté configurado, me da un poquitín por saquito, con la mera finalidad de hacerme la vida muchísimo más fácil, cómo no. Si es que, la tecnología es el nirvana, el sumum de la felicidad, el ráscame aquí que me pica y así me da gustito.

Desde que un informático, de cuyo nombre no quiero acordarme, configuró la red de trabajo y decidió otorgarle al servidor la letra F, todo ha sido un mundo de luz y color para mí y mi estupendoso pc.

Letra A: disquetera de 3½
Letra B: ahora mismo no me acuerdo, se aceptan apuestas.
Letra C: Disco Duro
Letra D: Unidad de Cd-Rom
Letra E: Unidad de Dvd
Letra F: EL PUTO JODIDO POR CULO DEL SERVIDOR
Letra H, I, J, K …y hasta el infinito y más allá:
las letras que debo asignar a las dos jodidas entradas usb frontales que tengo para conectar pen-drive, cámara digital y un largo etc. de cosas que puedes conectar mediante usb.

Cada vez que conecto algo nuevo que previamente no ha sido conectado en el pc, por defecto le asigna la siguiente letra de dispositivos, o sea, la F. Porque, señoras y señores, la F de mi ordenador es una imagen de la C del servidor. Que ahora mismo, si me pregunta Usted el jueves le diré que me voy a Cunit, y que no sé por qué se hizo así, pero que no me atrevo a tocarlo, no sea que se joda la marrana y la red deje de funcionar, con el consiguiente retraso en mi trabajo que eso supondría.

Conclusión: cada vez que conecto algo nuevo previamente no conectado y debo asignarle una letra diferente de la que el pc asigna por defecto, y normalmente lo hago empezando por la Z y en orden inverso al recitar el abecedario… o sea, como si lo dijera la niña del Exorcista… en definitiva, al revés! Mi ordenador (que no tiene culpa de nada, pobrecito, que es un santo) me dice mediante un bello globito ‘Ak, nena, acabas de conectar un dispositivo nuevo. Muy mono, sip, estupendo, también… Ya está listo para usarse, pero gracias a aquél tipo de cuyo nombre no quieres acordarte, ahora vamos a jugar un poco al escondite… Tú empiezas a contar y el dispositivo que has conectado no aparecerá en Mi Pc hasta que le asignes una letra nueva, ok???’

Y yo contesto: vaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaale… pesaaaaaaaaao que eres, jostias!

Me voy a Mi Pc, botón derecho, administrar, administración de discos, cambiar letra, decir que sí ante la amenaza de ‘que sepas que si tocas esto fijo que vas a tener problemas, que los programas no te van a rular y después te vas a acordar de todos mis chips, irás al infierno por cambiar la letra y arderás en el fuego eterno mientras Satán te mete el dedo chupado en la oreja’, y yo clicando en el ‘que síiiiiiiii, que vaaaaaaaaale, que yaaaaaaaaaaaaaa’. Y dale una letrita nueva.

Hay que joderse.

Otras memeces que me joden son, por ejemplo:

La rectificación automática de Word. QUIERO escribir jostias, no hostias. Sí, subráyalo, sé que es una falta, pero es que quiero decirlo así, con su J, no con su H. Quiero decir JOSTIAS, no HOSTIAS. Pero él, con su tesón, lo rectifica una vez y otra y otra y otra y otra, hasta que comprende a fuerza de repetición que lo que quiero es escribir jostias y no hostias. Qué paciencia, por dios, qué paciencia… Podría desactivar la corrección automática, pero escribo tan a toda leche que en ocasiones me va bien que me ordene dos o tres letras puestas a toda prisa… Lo que debería hacer mi Word es entrar en simbiosis conmigo y entender cuándo quiero decir jostias y cuándo hostias.

Hay que joderse.

Y podría recitar más cosas que me joden, pero es que es tarde y mañana tengo que trabajar…

Y a ti, ¿te pasa algo parecido a esto que te cuento? Es más, ¿qué memeces te joden?

3.1.08

Bum bum bum bum bum bum...

Histeria, nervios, estrés, subidón, adrenalina, bum bum bum bum bum bum… ya casi, voy voy voy voy.

Rápido, no hay tiempo que perder, el tiempo es oro. ¿Es oro? Si fuera verdad, tendría un alijo de lingotes en casa que no lo saltaría un burro… con el partido que yo le saco al tiempo. No, el tiempo no es oro. El tiempo es eso, tiempo. Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años… Tiempo. Me falta tiempo, da igual el formato mientras sea en grandes cantidades.

¿Me regalas algo de tiempo?

Este año a los Reyes les voy a pedir tiempo, para mi cumple voy a pedir tiempo, y voy a pedir si puedo cambiar los puntos de la visa por tiempo en lugar de por regalos inútiles que se quedan encerrados dentro de un armario o dentro de algún cajón.

Bum bum bum bum bum bum… Llego tarde, pero llego, llego, llego, estoy llegando, esperadme, estoy llegando, estoy aparcando, ¿he cerrado el coche?, mejor vuelvo y lo compruebo (solo me faltaría que me lo robaran ahora… le parto las piernas al jodido ladrón), estoy llegando, esperadme, ya casi estoy ahí, estoy subiendo la escalera, voy voy voy voy… bum bum bum bum bum.

Estoy llegando… mierda de moto, corre muy poco. Ya voy, ya estoy, casi, casi. Joder, el puto cofre no se abre. Casco fuera, guantes fuera, dentro del cofre, lo cierro. ¡Mierda! No le he puesto la pinza en el disco. Bajo un momento, ahora vengo. Jodeeeeeeer, qué poca puntería que tengo. Una vuelta de llave, ya. Bloqueo del manillar. Listos. Escalera arriba, escalera abajo, holas, adioses, hastaluegos, una conversación (pero corta), un par de besos (mientras me marcho hacia otro lugar). Bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum.

Me vibra el pantalón. No, es verdad, no es el pantalón, es el móvil, que lo llevo en el bolsillo de atrás. ¿Sí? ¿Un café? No tengo tiempo… Bajo ahora mismo al bar!! O voy o me muero. Es lo que mejor me va, es mundialmente conocido el efecto relajante de la cafeína. Bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum.

Café, entre risas, papeles que ojeo entre sorbo y sorbo, y miradas cortas y repetidas al reloj. Bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum. ¡Mierda! Me voy, que no llego!! Bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum.

Hay momentos en que quiero irme a criar cabras al monte. Allí el tiempo pasa más despacio. Quien dice criar cabras dice dar de comer a las gallinas. No importa. Pero entonces echaría de menos algo del bum bum bum bum bum bum. La adrenalina es adictiva. Mal rollo ese. Me quiero ir al campo, pero con unos días me bastaría. Y sin obligaciones de alimentar animales… Simplemente sin hacer NADA, solo tumbarme y ver moverse las nubes, ver agitarse la hierba del campo acariciada por la brisa del mediodía. Pero con un mp3 y unos altavoces, que relajarse está muy bien, pero entre tanto silencio acabaría echando de menos la música. Estoy convencida.

Tiempo… eso es lo que quiero para mi cumpleaños. Tiempo y un masaje relajante de ocho horas. No hace falta que sea el/la mismo/a masajista, pueden turnarse, no tengo manías. El único requisito es que el masaje sea relajante (de los de hilillo de babita) y que el sujeto que recibe el masaje durante las ocho horas sea yo.

Suena el fijo. Contesto. Suena la otra línea del fijo. Hola, buenas tardes, un momento por favor. Suena el móvil. Tengo dos orejas, dos manos, un solo cerebro. Puedo hacer varias cosas a la vez, pero para malabarismos, el circo.

Mañana lo recojo. Mañana lo presento. Sí, miraré a ver qué tal está el tema, qué cojones que tienen, dejarlo todo allí parado sin mover un jodido dedo! No te preocupes, déjalo en mis manos, en un par de días sabremos algo… o lo sabemos o me cargo a alguien, tranquilo. No, yo me encargo, tú ni te preocupes. Sin problema. Bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum.

Quiero gintonic. Bum bum bum bum bum.

Las navidades me las he pasado en cama. En cama, enferma (te lo aclaro porque te estaba leyendo la mente). Nada grave, solo gripe. Tenía tiempo, qué ironía… tenía tiempo y me lo paso enferma… qué cojones!! Tenía una semana casi enterita, para descansar, para poner al día algunas cosas… Pero no, tenía que ponerme enferma justamente la semana en que todo mi curro estaba organizado para tener algo parecido a puentes y esas cosas. Bum, bum, bum, bum, bum, bum… Hay que joderse!

Pero hay algo peor aún: sé que en el fondo, una parte de ese bum bum bum bum bum bum bum bum bum me gusta, me pone las pilas y me revoluciona el motor.

…Jodida adicción a la adrenalina…!!

¿Qué tal tú estos días del 2008?