El 2002…

Dije que escribiría un post serio... ahí está... Pero no os acostumbréis, eh?!!

El 2002 fue un año nefasto… un año horrible, un año que a veces creo que querría olvidar pero que sé que va a estar ahí porque marcó un punto de inflexión en mi vida, un año al que tengo mucho que achacarle y mucho que agradecerle por lo que aprendí, aunque de haber podido elegir, hubiera escogido otra forma.

No voy a contaros ahora qué pasó en el 2002 porque sería demasiado largo y porque lo que importa son las consecuencias de ello y no el hecho en sí.

En el 2002 tomé una decisión importante: no dejar a los míos tirados en la cuneta. Y con ello, condené una parte de mi vida para siempre, condené una serie de sueños si no a desaparecer, sí a mantenerse en espera (una espera tan larga que puede que se pierdan en el olvido), condené una parte de mí por otros… y sé que no hubiera podido ser de otra manera, porque es mi forma de ser y pocas cosas tengo tan claras como actuar en conciencia y ser consecuente con lo que pienso.

Todo en esta vida tiene un precio, todos los actos tienen su consecuencia, no hay nada gratuito: de una forma u otra hay que pagar algo, de una forma u otra nada es inmune, impune o inocuo.

En enero del 2002 la vida me dio un bofetón de esos que te cruzan la cara, que te abren los ojos y que te dejan perpleja durante un rato sin saber cómo reaccionar, sin saber qué hacer, qué cara poner, qué decir y sin saber qué va a pasar de ese momento en adelante.

Tuve que tomar las riendas no solo de mi vida, sino de la vida de los míos y de aquello que les daba el pan con el sudor de su frente. Tuve que enfrentarme a cosas que desconocía sin experiencia previa a la que recurrir, sin una puerta a la que llamar para pedir consejo, sin una tregua para pensar qué hacer. Decisiones rápidas para consecuencias a largo plazo… un cóctel que no recomiendo, aunque creo que la mezcla no me salió mal del todo. Se verá con el tiempo...

En el 2002 aprendí lo que para mí es hoy el pan nuestro de cada día: aprendí a andar en la cuerda floja sin red, porque mi red había desaparecido de un plumazo. Bueno, quizás eso no sea del todo cierto… tal vez la red que me parecía ver antes en realidad no estaba ahí, pero para mí aparentaba permanecer… Tal vez solo me di cuenta de su inexistencia, o tal vez desapareció de golpe… es lo que menos importa, porque la consecuencia es exactamente la misma.

En el 2002 aprendí a ser consciente de lo que era hacer equilibrios peligrosos sin red en la que caer, porque si pisas mal la cuerda, si das un paso en falso, no hay nada más que el suelo, un suelo frío, duro, inclemente. Y normalmente no acostumbro a pensar en la ausencia de red, no tengo presente día a día en todo momento que si tiemblo más de lo debido, si dudo, si el paso que doy no es firme y equilibrado, la caída será áspera y no habrá ningún acolchado; pero las veces en que pienso en ello, tengo esa sensación de que en ocasiones mi vida me cansa. Son las menos. Aunque de vez en cuando asoman.

Otros se fueron, hicieron su vida… estaban en su derecho, como yo. No se lo echo en cara… o sí, tal vez sí, y también estoy en mi derecho de hacerlo… De todos modos, nada puede hacerse al respecto. Solo puedo obrar en consecuencia a lo que sienta si llega el momento de hacerlo y de enfrentarme de verdad a aquellos que eligieron un camino distinto.

Otros se fueron, hicieron su vida… Pero para mí no era justo abandonar a su suerte a quienes te han cuidado durante toda tu vida sin pedir nada a cambio, quienes nunca te han fallado cuando les has necesitado. Tengo pocas cosas en la vida, pero la dignidad es una de las que guardo intacta, y el ser consecuente, agradecida y leal son rasgos propios de mi personalidad.

Mi infinita suerte, mi as en la manga, a quién debo no haber desfallecido es a MMM, que siempre, desde que estamos juntos hace ya diez años, ha estado a mi lado de forma incondicional, con todo lo que esa palabra conlleva. Porque al condenar mi vida no solo condenaba mi futuro, sino NUESTRO futuro por una expectativa de la que yo estoy segura, a la que yo siento como un hecho cierto, pero que es solo eso, una expectativa.

Lejos de reproches, ultimatums, reprobaciones, impaciencia y condenas a mi decisión, solo he encontrado apoyo, lealtad, unión, auxilio, amor incondicional, confianza en mis decisiones, abrazos sinceros en momentos de desesperanza y un camino que se recorre de la mano del otro, tirando en la misma dirección. Esa es mi suerte. Esa es mi riqueza.

He tenido el infinito privilegio de contar con AMIGOS, de esos que se escriben así, con mayúsculas… Me sobran dedos para contarlos, pero valen por todas las manos del mundo. Hay pocas personas por las que pondría la mano en el fuego y por las que me entregaría en cuerpo y alma y daría lo que fuera… pero ellos saben que les debo mi paz, mi tranquilidad, mi sosiego… porque también ha sido su mano a la que me he podido agarrar cuando he resbalado sin querer… y han tomado mi mano sin reprocharme nada, me han colocado otra vez sobre mi eterna cuerda cuando estaba a punto de caer y me han dicho ‘si resbalas, cuenta conmigo’. A ellos les debo mi más absoluta fidelidad y mi AMISTAD, que a veces se torna una palabra vacía de sentido, y que yo pocas veces pronuncio, pero cuando lo hago, es para llenarla hasta rebosar.

En mis horas negras, en ese maldito 2002, he tenido a mi lado eso que creo que todo ser humano debería poder vivir en algún momento de su vida… ese saber que a pesar de todo no se está solo, que esa mano que te agarra, no te va a soltar.

Por eso, y a pesar de que mi vida es rara, extraña, infrecuente, pintoresca, y a veces incomprensible para quienes no conocen todas mis circunstancias y lo que ha motivado las decisiones que he tomado, a pesar de todo ello, debo estar agradecida en la ‘desgracia’… Porque tengo la suerte de no estar sola… Porque soy rica en lo único que un ser humano puede ser verdaderamente rico, y eso es lo que me impulsa a seguir adelante.

A ti, MMM, gracias por estar a mi lado, sin dejarme jamás, dándome paz, dándome ánimos, gracias por no ponerme entre la espada y la pared, por respetar mi conciencia y tomar parte en las consecuencias de mis decisiones, por hacerme la vida llevadera, por hacerme feliz y luchar conmigo, gracias por compartir el arduo camino que he elegido y sufriéndolo (y por qué no, disfrutándolo) siempre a mi lado, por llenar mi vida, por hacerme saber que puedo contar contigo pase lo que pase, por hacer que la palabra AMOR tenga un sentido que jamás hubiera imaginado, por arrancarme una sonrisa cuando he estado borracha de lágrimas, por dejarme decir que estoy vencida y hacerme sentir que no lo estoy, por confiar en mí ciegamente, por arriesgarlo todo por mí, por apostarlo todo a un solo número, por no guardarte fuerzas para el regreso. Gracias por ser tú, por ser cómo eres, por ser quién eres.

Y a ti, mi amigo del alma, mi amiga del alma, gracias por no desfallecer, por no dejarme sola cuando he llorado, por reírte conmigo cuando he reído, por haberme dicho ‘no estás sola, estoy contigo, a muerte’, por darle sentido verdadero a la palabra AMISTAD, por no reprocharme mis errores, por felicitarme por mis logros, por animarme a seguir luchando, por mirarme a los ojos y decirme ‘te quiero’ con o sin palabras, por estar ahí cuando más te he necesitado, por dar por sentado que no me ibas a fallar, por seguir a mi lado a pesar de lo mucho que te debo en mi vida, por decirme que siempre estarás a mi lado, por darme ese abrazo que me tranquiliza, por no pararte a pensar si vale la pena ayudarme, por apostar por mí sin siquiera pensarlo, por compartir mi destino… Gracias por estar ahí, en todo momento, para siempre…

Estas son las cosas que hacen que la vida valga la pena…